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Carlos Páez Vilaró

En abril de 2010 fuimos a entrevistar a Carlos Páez Vilaró en su Casapueblo.

Llegar a Punta Ballena ya es un placer, pero llegar a Casapueblo es sublime, cualquiera que la haya visitado puede confirmarlo y si fue en una puesta de sol, más aún.

Páez Vilaró supo asentarse en este lugar con sensibilidad y con buen criterio. Más allá de la obra pictórica, Casapueblo es sin duda una obra de arte y quizás la más trascendente de Páez.


Despues de recorrer laberintos de escaleras, pasajes y terrazas donde se respira arte del mundo para donde se mire, nos atendió una chica que nos guió hasta don Carlos, «Carlitos». Sentado en un sillón de tres plazas de espaldas a la ventana sur, nos esperaba. –Querés un té? Como si nos conociéramos de toda la vida nos dispusimos a conversar allí de cosas variadas. Con voz afónica y gastada habla constantemente con metáforas y poesía y a todo lo baña con un aire nostálgico, casi tanguero. Era el living, el único espacio de toda la casa con techo de quincha, un espacio colgado en los acantilados de Punta Ballena, con ventanales al oeste y al sur. Por supuesto que conversamos mucho más de lo que editamos.
Sólo pasear por Casapueblo es una experiencia única, llena de magia y vida. El mar permanente y el África inminente nos obligan a leer que este artista se metió en el candombe desde el Elegua. También se ven estatuillas budistas, platos griegos y obras de otros artistas, pero cada dos pasos está el África marcando el compás. Tambores, estatuillas y máscaras se entreveran con los colores que el pintor mezcló durante toda su carrera buscando expresarse con energía vital.

La entrevista la grabamos en su taller, sentados entre pinceles y lienzos, pero el resto del tiempo nos llevó a recorrer laberintos que terminaban en otro atelier y otra sala y otro cuarto lleno de cuadros. — «Esta es mi sala preferida, en esta cúpula es donde más pinté… » se vé el mar por ojos de buey dispuestos rítmica y estratégicamente, y una cantidad de cuadros imposible de contar. Pinceles y pomos de óleo abiertos y amontonados esperando el regreso del artista .
Otra habitación escalones abajo con todo el registro de su carrera en cada uno de los medios donde apareció : vhs, filmes, fotos, recortes de diarios, revistas, libros, todo! Hasta una computadora encendida con datos abiertos — «Contesto cada mail que me mandan, yo trato de ser gentil con la gente…con toda la gente»
Siempre con él como guía, recorrimos otros recintos interiores y exteriores, llenos de poesía y magia, llenos de arte y belleza, y siempre con el factor sorpresa como motivo, fuimos a dar a una terraza al mar donde había turistas que se disponían a ver la puesta de sol y oir la poesía que don Carlos tiene grabada y que todos los días ofrece escucharla cuando el astro rey se pone tras los cerros de Piriápolis. Allí disfrutó de sacarse fotos, firmar libros y obras, hasta que me hizo una seña y por otro pasadizo nos esfumamos.
Sin darme cuenta estábamos denuevo en el taller, el maestro levanta un cuadro donde se vé por un pasadizo unas piernas con delantal. — «Me mandas cuatro capucinos y cuatro sándwiches calientes?…gracias, esto es lo mejor que se hace en este lugar, ya van a ver» . Se me hace agua la boca mientras escribo!
Nos regaló todos sus libros, sus discos , platos, y hasta un vino cuya etiqueta y envase eran obra suya. Nos despidió con un abrazo por una puerta elegante:- «ya saben cuál es la puerta , por acá llegan directo, vuelvan cuando quieran a visitarme» y en pocos escalones estábamos en la calle al lado del coche.

Después vino leer y mirar los libros, descubrir sus poesías vinculadas al candombe, animar sus dibujos y editar este programa.
Un año después hice la copia para llevársela y nunca se la llevé. Le hubiera encantado ver lo que hicimos. Y nosotros nos quedamos con las ganas de que lo viera. Así son las cosas. En las últimas llamadas , pasó tocando el tambor a 30 metros de nuestro estudio. Así son las cosas. En mi casa de infancia, de extracción izquierdista, siempre se lo criticó por burgués y muchos detractores tuvo; que si no era un vanguardista , que si era un comerciante, que un oportunista, la cosa es que Carlos Páez Vilaró nos dejó un legado riquísimo, como muy pocos pudieron y que se irá conociendo con el paso del tiempo. Y nadie podrá negar la coherencia y la tenacidad con que encaró el arte en general y el candombe en particular, faltando en más de treinta años a una sola llamada y por cuestiones de salud. Que lo digan los morenos de mi tierra.
Vaya pues con este material, nuestro humilde homenaje:
Gracias maestro!
Descanse en paz!

Tunda
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